El académico del Departamento de Educación, Dr. Jaime Retamal, hace un análisis crítico de la denominada Ley de Inclusión Escolar que impulsa el gobierno y asegura que, “la radicalidad e irreversibilidad del proyecto neoliberal en educación es un fenómeno más profundo y arraigado en nuestra sociedad que aquello que esta ley pretende conjurar”.
Por Jaime Retamal / Foto: Arantsazú San Juan
Un nuevo eslabón se terminó de cerrar con la promulgación de la ley de inclusión escolar realizada por la Presidenta Michelle Bachelet.
Un nuevo eslabón -huelga enfatizarlo- en la larga cadena reformista en educación que han venido realizando los gobiernos desde el retorno a la democracia, y que no terminan de seguir impactando año tras año a los estudiantes, a los apoderados, a los profesores y directores que viven y trabajan cotidianamente al interior de nuestras escuelas y liceos.
Cada año los colegios tienen algo nuevo que soportar entre programas, leyes y laberintos burocráticos. Se piensa que si es para mejor, habrá que hacerlo; pero muchas veces también se sabe –no sin cierto cinismo- que todo el enjambre de “cambios” que acarrea nueva reforma, no es más que humo, ilusión y retórica política para las galerías.
Esta vez, la apuesta de los expertos de la Nueva Mayoría era grande. De acuerdo a lo que ellos entendían por lucro, selección y copago, unido a lo que ellos mismos configuraban como desigualdad y segregación educacional, prometieron desde el Programa de la presidenta Michelle Bachelet, un acceso igualitario a la educación de calidad en aras de una sociedad más justa y con mayores oportunidades. De ahí, que se les hubiese ocurrido hacia el final del año pasado, apodar a esta ley como “de inclusión escolar”.
No obstante, la promesa de esta ley no se cumplirá ni ahora ni en 10, 20 ó 50 años más. La radicalidad e irreversibilidad del proyecto neoliberal en educación es un fenómeno más profundo y arraigado en nuestra sociedad que aquello que esta ley pretende conjurar… si es que alguna vez -verdaderamente- lo pretendió hacer.
Sólo uno de los muchos ejemplos de esa pretendida voluntad. Para conseguir el acceso igualitario a una educación de calidad, los expertos y políticos de la Nueva Mayoría, una de las cosas que inventaron, fue lo que ellos llaman “gratuidad”. Es decir, el hecho de que hacia el año 2018, el 93% de los papás que tienen a sus hijos en colegios particulares (pero subvencionados por el Estado) dejarán de pagar una mensualidad, siempre y cuando sea el colegio el que opte por esta “gratuidad”, lo que significa que podrá recibir más recursos del Estado por la vía del Aporte de Gratuidad y la Subvención Escolar Preferencial. Pero esos mismos expertos y políticos, dejaron abiertas las puertas para que otras y creativas formas de “copago” puedan seguir existiendo: el famoso “aporte voluntario al desarrollo de actividades extracurriculares”.
Suma y sigue. La retórica de nuestros políticos seguirá siendo acallada por los porfiados hechos de la segregación y desigualdad educacional, por una falta de voluntad política para hacer una verdadera reforma (o revolución) en nuestra educación, y sobre todo por un diagnóstico elitista, sesgado y pretencioso de nuestra sociedad, especialmente de nuestras capas medias.
Sin ánimo de ofender o de ser excesivamente pesimista, pero no, no es esta ley un “triunfo de Chile”. Falta mucho para eso. Mañana, esos mismos expertos y políticos seguirán matriculando a sus hijos en los colegios particulares pagados más caros de Chile y seguirán egresando de ellos con resultados muy superiores a quienes seguirán accediendo a la educación gratuita, sea ésta particular o pública. La cosa es así de porfiada.
*Texto publicado el jueves 11 de junio de 2015.