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Opinión: "El Simce y la mala educación física"

pedagogia educ fisica 0Por Jaime Retamal

Los resultados no dejan de impresionar, y por cierto, de preocupar. El año 2010 fue un 40%; el 2011 un 41%; el 2012 un 44%; el 2013 un 44% y ahora este año las cifras reunidas el 2014 nos muestran que un 41% de los niños que hoy estudian educación básica están con sobrepeso o peor, con obesidad. El fracaso es evidente en toda la política pública referida a este asunto, sea desde educación o sea desde salud. Literalmente la lucha contra el sedentarismo, la mala alimentación, el sobrepeso y la obesidad, se pierde día a día en las escuelas del país.

Además, lo evidente ya se ha dicho en innumerables oportunidades: también la obesidad es un signo más de la desigualdad social en nuestra modernización neoliberal. ¿Se trata del costo individual que hay que pagar por el desarrollo capitalista neoliberal de nuestras sociedades?; ¿se trata de la ausencia de un carácter individual que configure éste y otros modos de ser para combatir el avance de la modernización?

Con todo lo sociológico que se puede ser en este sentido, no deja de llamar la atención que todavía sea el Simce el instrumento de validación encargado de ponernos en alerta. Lo decimos también por lo evidente: así como ya después de años nadie afirma que el Simceen general es un indicador de la calidad de la educación, tampoco podemos decir que el Simce de educación física sea el mejor estándar para hablar de la calidad de la educación física en el sistema escolar.

Esto mismo vale para hablar de los instrumentos utilizados en esta medición ¿estamos evaluando la calidad de la educación física sólo con los resultados de pruebas antropométricas, de resistencia aeróbica, de rendimiento cardiovascular, de rendimiento muscular, de flexibilidad o de potencia aeróbica? Es claro el sesgo -digamos- mecanicista de los instrumentos si miramos la riqueza del currículum escolar en educación física. ¿Y la cultura rítmica o corporal? ¿la expresión motriz?; ¿y el desarrollo ecológico del contacto con la naturaleza?; ¿y las formas colaborativas que la educación física debiese promover?

Pues bien, si no quiere llamarle mecanicista a ese sesgo, llámele “de rendimiento” y todavía le quedará más claro a lo que nos estamos refiriendo. Nadie cuerdo puede argumentar en contra de los saberes necesarios y las habilidades, más las actitudes relevantes, en lo que se refiere al cuidado de la propia condición física. Claro que es necesario aprender a cómo diseñar un plan de entrenamiento de acuerdo a las propias habilidades e intereses personales. Pero más claro es que, nadie puede argumentar seriamente que el resultado de un test de Navette, por ejemplo, ofrecerá una variable relevante para evaluar la calidad de la educación física.

¿Qué hipótesis estamos aventurando con esto? Que la calidad de la educación física es todavía peor a los resultados entregados, y que la urgencia para tomar medidas es todavía más apremiante. Ya con este Simce de educación física (con todos sus sesgos y reduccionismos) podemos describir un estado de situación impresionante y preocupante a la vez, como dijimos. Pero la intuición es que sería peor, si efectivamente evaluáramos en serio la calidad de la educación física, la totalidad de la oferta curricular que el país (que el Estado, que los gobiernos) le ofrece a sus niños y niñas. La evaluación de la política pública debiera ser negativa, como negativos son incluso los paradigmas que estamos utilizando para evaluar esto.

¿Tienen los niños en sus escuelas una oferta de alimentos saludables?; ¿tienen los estudiantes de educación básica profesores de educación física especializados en esas edades de desarrollo y maduración?; ¿dan las universidades a sus futuros profesores un conocimiento amplio –y no meramente reduccionista, de rendimiento- de lo que hoy debiese ser la educación física?; ¿cómo se están acreditando las carreras de educación física en el país; estamos incentivando la generación de especialistas en educación básica, con didácticas de punta, en vistas a la creación de una cultura del cuerpo, la salud y el bienestar?; ¿qué están haciendo los sostenedores y directores; cómo es la oferta en infraestructura en el sistema escolar?, ¿sólo salas de clases para rendir o un gimnasio de mala calidad para trotar y correr por un test de Navette? Y peor aún ¿entiende la clase política el significado de desigualdad socioeconómica (¡y escolar!) que muestran los resultados de este Simce? Ante estas preguntas, me parece que hay motivos para estar alertas y preocupados.

Finalmente, no está de más advertir que la calidad de la educación física debe ser una preocupación ya en la edad pre-escolar, donde el equilibrio o la coordinación visomotora, entre otras, están muy presentes. El aprendizaje corporal y las habilidades que contiene son fundantes en esa etapa inicial para toda la trayectoria curricular. Sin embargo la pregunta sigue en pie ¿fundantes de qué y para qué?, ¿para una cultura del rendimiento?

Una buena advertencia para lo que debiésemos pensar como utopía social nos la define el filósofo Byung-Chul Han, en su estilo escueto y directo: “La sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha establecido desde hace tiempo otra completamente diferente: una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento”.

Este artículo fue publicado originalmente en el diario "La Tercera".